Cierra los ojos.
Estás en un concesionario, a punto de comprar el coche de tus sueños.
Entras en él.
Inspiras profundamente.
¡Qué bien huele!
¡Qué cómodo es!
Durante los primeros meses, lo conduces con todo el cuidado del mundo.
Lo cuidas.
Lo limpias con regularidad.
Lo priorizas.
La primera rayada te duele en el alma.
Pero poco a poco tiendes a descuidarlo, a valorarlo menos.
Hasta que inevitablemente lo ves “viejo” y sientes la necesidad de reemplazarlo por otro. más bonito, más nuevo, más “cool” y con más prestaciones
(eso a veces también pasa con los novios, tú ya me entiendes).
¿Te suena la historia, verdad?
Ahora piensa que el coche de tus sueños es tu cuerpo.
Sí, tu cuerpo.
Un vehículo sin opción de reemplazo (con suerte podrán cambiarte algunas piezas pasando por quirófano, pero reemplazo no tiene).
Piensa en cómo lo tratas.
¿Le das el mimo que le darías a un coche recién estrenado?
¿O más bien lo tratas como a un coche que va camino al desguace?
No esperes a que te salte ninguna alarma para darle el lugar que merece.
Te recomiendo:
- Usa un buen combustible para alimentarlo.
- Dale el descanso que necesita.
- Muévete, recuerda que su estado natural es el movimiento
Tu cuerpo, tu Ferrari que no podrías comprar ni con todo el oro (ni bitcoins) del mundo 😉
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