Estás sola en casa.
Tras una tarde agotadora.
Estás inquieta.
Tienes hambre (o eso crees).
Abres la nevera.
No sabes qué te apetece, y terminas haciendo una cena improvisada con lo que hay.
Comes rápido, de pie. Lo que pillas.
Empiezas comiendo salado.
Luego dulce. Un poco de chocolate. Después más. Y más.
Y cuando quieres darte cuenta, te sientes con la barriga llena… pero emocionalmente te sientes vacía.
Y te sientes mal. Sin saber muy bien por qué, has vuelto a hacerte daño.
¿Te sientes identificada?
Cuando esto te ocurre…
Por lo general no sólo tienes hambre física.
También estás gestionando emociones:
Soledad. Agotamiento.Tristeza…
Y claro… el cuerpo intenta ayudarte como puede a que te sientas bien.
Y te da lo que tiene más a mano y es inmediato: comida.
Pero quizás lo que realmente necesitabas era otra cosa.
Un abrazo.
Un rato de calma.
Dormir.
O simplemente una conversación de calidad con una amiga.
¿Qué te aconsejo para cuando esto te ocurra?
La próxima vez que te encuentres delante de la nevera sin saber si tienes hambre de verdad o de otra cosa…
haz una pausa de 2 minutos.
No para prohibirte comer.
Sino para escucharte antes de comer.
Hazte esta pregunta sencilla:
“¿Qué necesito ahora, además de comida?”
Y no importa si no sabes la respuesta.
Lo importante es que empieces a preguntártelo para conocerte mejor y poder atenderte con otros recursos.
También te recomiendo que aproveches esa pausa previa a comer para hacer algo que te haga sentir bien.
Darte una ducha.
Encender una vela aromática.
Prepararte una infusión.
Tener más consciencia de tus emociones es el primer paso para gestionar mejor el hambre emocional.
Porque no se trata solo de “comer mejor”, sino vivir desde otro lugar.
Donde puedas cuidarte sin castigarte.
Sin dietas. Sin exigencias. Sin promesas mágicas.
Con presencia y amor 💛
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