El verano es una época difícil para muchas de nosotras.
Por una parte, asociamos verano con vacaciones, sol, tiempo libre, vida social… Aspectos que por lo general nos gustan y nos hacen sentir bien.
Pero, de forma implícita, el verano también nos hace lidiar con uno de nuestros fantasmas: exponernos físicamente.
Recuerdo perfectamente el rechazo que sentí durante muchos años a ir a la playa o a la piscina. Literalmente, no quería ir. Me sentía tan mal con mi aspecto físico que no podía sostener quedarme en bañador delante de gente (en bikini ya ni planteármelo). No podía disfrutar ni del entorno ni de la compañía, y me sentía muy mal conmigo misma.
Recuerdo que mi discurso mental saltaba de mensajes destructivos hacia mi misma a expectativas totalmente irreales sobre el futuro (tipo “el verano que viene estaré genial porque si hace falta haré el método X para lograrlo”).
Pero claro, no funcionaba. Y cada vez me sentía más frustrada, triste y con un aspecto físico menos saludable.
Ahora miro atrás, y me siento orgullosa del camino recorrido.
Puedo mirarme al espejo y reconocerme en él.
Puedo ir a la playa o a la piscina y disfrutar sin estar todo el tiempo pendiente del entorno.
Puedo comer un helado riquísimo y disfrutarlo sin sentirme culpable.
Puedo hacer deporte enfocándome en mi salud y no en “contar calorías”.
No pierdas el verano luchando contra ti, por favor.
Disfruta de tu entorno el día que vayas a la playa con tu familia.
Compra ropa bonita para sentirte bien (desecha la idea de que “cuando esté delgada renovaré el armario”).
Elige comida real como base de tu alimentación, pero disfruta de una horchata artesana delante de la playa.
Agradece a tu cuerpo todo lo bueno que hace por ti a diario.
Aunque no tenga la forma que te gustaría.
No te maltrates, por favor.
Te mereces ser feliz.
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