Vivimos en la era del miedo.
Miedo al fracaso.
Miedo al qué dirán.
Miedo a perder el trabajo.
Miedo a las crisis.
Miedo a exponernos, no sea que seamos “demasiado”.
Miedo a enamorarnos, no sea que nos vuelvan a romper el corazón.
Y así nos vamos volviendo grises.
Enfrascados en una rutina que nos da sensación de seguridad aunque no nos convenza.
Envueltos en relaciones afectivas regulinchis porque “amiga, tal y como está el mercado, mejor me quedo con malo conocido”
Esperando todo el día a que llegue la noche, toda la semana a que llegue el fin de semana y todo el año a que lleguen las vacaciones.
Y nos pasa la vida.
Volviéndonos en muchos casos cada vez más conservadoras, rígidas e infelices.
Stop.
No todo está perdido.
Por suerte, las gafas con las que vemos el mundo se pueden graduar.
Graduar con un poquito de confianza.
Pero, sobre todo, con mucha ilusión.
Ilusión que te haga levantarte de la cama con ganas, al igual que cuando madrugas para ir a coger un vuelo a un destino que deseas mucho, mucho, mucho.
Ilusión de ver crecer a tus hijos, aprendiendo a estar presente en el ahora (que todo pasa muy rápido) en vez de estar sumergida en la queja constante.
Ilusión en el disfrute de las pequeñas cosas, que al final hacen que tu día a día sea menos gris, a pesar de los problemas que a todas nos acompañan.
Ilusión en cuidar tu cuerpo, haciéndolo un lugar agradable con el que poder abrazar, querer, subir montañas y sentirte a gusto con el vestido que tanto te gusta.
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