Hoy te escribo desde un lugar muy distinto para contarte algo personal.

¿Desde dónde?

Espera.

Tras unas semanas de mucho estrés, decidí coger unos días libres e ir al monte a recargar pilas. 

Y me sigue pareciendo increíble el efecto que tiene en mí el contacto con la naturaleza. 

Respirar aire puro.

Paisajes infinitos llenos de vegetación.

Ver la nieve.

Sentir que el reloj no es el protagonista.

A veces “solo” es necesario parar para coger otra perspectiva de las cosas. 

Parar y observar.

Parar, observar y respirar profundamente.

¿No te pasa que problemas que a veces te parecen gravísimos se minimizan cuando algo más importante te ocurre?

Es cuestión de perspectiva.

Por eso es tan importante visitar esos lugares que sientas como tu refugio.

Una playa calma, que te recuerda que, igual que las olas del mar, la vida está llena de vaivenes.

Un bosque de árboles centenarios, que te recuerda que, aunque haya épocas de tormentas o sequías, somos más resistentes de lo que creemos.

Alcanzar el pico de una montaña y disfrutar de un paisaje increíble, que te recuerda que, en muchas ocasiones, la sensación de plenitud nos llega tras superar una gran dificultad.

El ejercicio que hoy te propongo es el siguiente:

Cierra los ojos.

Respira profundamente.

Piensa en aquellos lugares que te transmiten paz y serenidad.

Conecta con las sensaciones que generan en tu cuerpo.

Estos serán tus “lugares refugio”, a los que podrás transportarte cuando necesites conectar con dicha sensación.

¡Y si tienes la oportunidad de acudir a ellos físicamente, no dudes en hacerlo cuando sientas que lo necesitas, estoy segura de que lo agradecerás!  😉 

PD1: Andorra.

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